Sin duda, el mejor cineasta suizo de la historia es Alain Tanner. Le debe su notoriedad a dos films cuyos artistas protagónicos simbolizan, por senderos  opuestos, el rechazo a una sociedad enajenada. Charles mort ou vif o Charles, vivo o muerto, de 1969, nos muestra a un industrial cuya ruptura con las convenciones sociales, lo conduce al internamiento psiquiátrico. El film es una obra admirable, singular, profundamente arraigada en nuestra época. Es un “pequeño fresco histórico”, nos advierten los créditos, con lo cual el realizador indica que no nos debemos quedar sólo en la anécdota. Es uno de los pocos films nacidos de los hechos que sacudieron a la Europa francófona, y a casi toda la Europa Occidental en 1968, sin ninguna referencia explícita a lo que se llama -con un pudor encantador- “los acontecimientos”. Esto no quiere decir que se trate de una de aquellas bajas operaciones comerciales con su dosificada mezcla de política, erotismo y violencia, acompañado de jóvenes con cabellos largos, y llenos de folclore. Luego, la notable La salamandre, de 1971, una rebelión ingenua e instintiva de una joven asocial. Con estas dos exégesis dotadas de gran espontaneidad, ambos films reflejan las aspiraciones de su tiempo. Habría que incluir en este concepto a Jonas qui aura 25 ans en l'an 2000 o Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, de 1976. Tanner logra describir diligentemente, y a través de un estilismo distante, a menudo sarcástico, el llamado “proceso de normalización”, así como las tentativas de salir de éste. Igualmente, en el films Le milieu du monde o El centro del mundo, en 1974, contando con la interpretación de un político centrista seducido por los caminos cruzados del romance, y Le retour d'Afrique o El retorno de África, de 1972, a través de una joven pareja dubitativa y tentada por la marcha; nos muestra hasta qué punto la utopías colisionan contra los muros de la realidad, y cómo la misma sociedad va a aprisionar el deseo, por lo tanto: es una crítica explícita de los tabúes de la sociedad suiza. La disquisición hecha  por Alain Tanner es sutil y amarescente, haciéndose eco de las insatisfacciones de sus compatriotas elaborando así, una apología del individuo sin el más mínimo optimismo, aunque observamos, por ejemplo, despojados de todo personalismo, en Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, un amable catálogo de las aspiraciones libertarias legítimas. Pero, Tanner es un sujeto obsesivo con la descriptiva e insiste. En sus largometrajes: Les années lumières o A años luz, sobre el sueño de Ícaro, en 1981, Dans la Ville blanche o En la ciudad blanca, de 1983, acerca del vagabundeo mental de un marino en la ciudad de Lisboa, Messidor, en 1978 -con dos actuaciones formidables de Clémentine Amouroux y Catherine Rétoré- donde trata la omnipresencia de lo que significa la frontera, también tematizado en No Man's Land o Tierra de nadie; Tanner aludirá siempre a las angustias de los rebeldes que se ven obligados a capitular. Tras un paréntesis dominado por una perspectiva más poética y abstracta, lo va a demostrar en Le journal de Lady M o El diario de Lady M, periodo donde se ve relegado a los márgenes del sistema, Tanner se reinventa, y vuelve a enfrentarse a las abruptas hostilidades de la sociedad, recuperando y exponiendo sus preocupaciones primarias. Fourbi, de 1995 -surge el reflejo malvado de la diferencia entre la producción artística y la criminal- Paul s’en va, en 2003, y la continuación de Jonás, que cumplirá los 25 años en el año 2000, titulada Jonas et Lila, à demain o Jonás y Lila, donde dos jóvenes van a la caza de un camino entre desilusiones. Tanner es un cineasta que vale la pena estudiar, porque oscurece aquella claridad ficticia que todos pensábamos como el país más cercano a la perfección, o del deportista más completo que haya dado la humanidad: Roger Federer. Su deliciosa La salamandre significó el primer triunfo internacional de Alain  Tanner. La trasladó al Festival de Cannes, en 1971, y al exhibirla en la sección “Quincena de los Realizadores”, impuso el vigor corrosivo del nuevo cine suizo, donde asume como su “cineasta emblemático”. El film se abre con una sucesión de imágenes incognoscibles, como las que se utilizan en las deconstrucciones de hoy. Un hombre limpia su fusil, sale un disparo; aparece furtivamente el rostro de una mujer ¿¿Qué es lo que ha ocurrido?? Ese iniciar misterioso sirve de pretexto a Tanner para desarrollar una trama metafórica: dos hombres, un periodista y un escritor, comienzan una investigación para descubrir la verdad sobre aquella mujer. Cada uno emplea sus propias armas: uno, la investigación documental; el otro, la imaginación sin límites. Pero, las gestiones de ambos resultan vanas. El virtuosismo de Tanner radica en su capacidad para darle un sentido profundo a la historia sin subrayar el mensaje. La realidad predomina sobre el esfuerzo por aferrarla, una verdad absoluta que se planteó desde que la cinematografía  moderna decidió avanzar hacia temáticas más complejas. En La salamandre, lo destacable en Tanner es que matiza al mismo tiempo que radicaliza sus propósitos. Es por eso que la trama busca un proceso de creación permanente. Habíamos afirmado, que el suizo reenfoca a dos sujetos que trabajan una historia a partir de un mínimo acontecimiento de la “página roja” teniendo como núcleo a la actriz protagónica. Este “proceso de creación” significa una progresiva toma de conciencia de la heroína, quien a medida que adquiere lucidez escapa a sus “autores”, y paralelamente éstos, descubren su impotencia para aprender la verdad sobre un hecho, y una mujer que se les escapa, renunciando a inmovilizarla en la ficción. Pero, la experiencia, otra vez limitada, es positiva en cuanto que los tres personajes descubren la naturaleza de sus enajenaciones y se liberan parcialmente. Con el mismo humor que en Charles, vivo o muerto, Tanner plantea una vez más lo utópico de la libertad total en el retrato social. El film es un cine de país pobre -menciona Tanner en la presentación escrita del film-. Pero, la frase no va a tener mayor importancia en la medida en que el dinero -en el cine-es a menudo la glicerina que permite pasar el supositorio, y lo obliga a plegarse al color de la moda. Pero, ¿¿Cómo filmar un país como Suiza?? En primera instancia resulta imposible. Hay que apartar las muchísimas cortinas que esconden la realidad. Nada de psicología, ni de toma inducida, ni de travellings que trasladen las acciones al interior de lo que supone sea verdadero, porque se cae en el vacío. Pero, el cine es el arte de lo real, lo que no quiere decir que el arte sea la vida. Al contrario, mientras más verdadero sea el cine, es más falso, y por tanto mientras más falso, hay más verdad. La solución de Tanner es racional: mezclar lo verdadero y lo falso, los géneros, las tonalidades; tener como armas la ironía y lo incongruente. Pero esa ironía marca también los límites del poder. Hay que intentar trascenderla, y puesto que la única especificidad del cine es el “tiempo que pasa”, Tanner coloca a sus tres personajes suspendidos en la oquedad existencial, y que serán al final del film diferentes a lo que eran en un principio. Tres personajes que buscan su libertad, a través de la libertad del otro. Hay un tema que es importante. Debemos mencionar a Michel Soutter, quien es otro director coetáneo de Alain Tanner, quizá el más prolífico de los realizadores suizos. Soutter tiene tres films interesantísimos: La Lune avec les dents o La luna con los dientes, de 1967, Haschich, de 1968 y La Pomme, de 1969.  Los tres largometrajes están realizados con presupuestos bajos y en 16 mm, simplificados posteriormente a 35 mm. En ellos, Soutter se revela como un poeta irónico de la mentalidad calvinista; sus personajes sufren de un malestar indefinible que se traduce en el deseo de abandonar un país y una forma de vida mediocre y blanda, para encontrar, bajo otros cielos, la pasión que le falta a sus vidas. Son seres veleidosos que se contentan con deambular por unos parajes a los que están enraizados. Con estas tres películas, Soutter se coloca, junto con Tanner, como los más sugerentes cineastas suizos de la nueva generación. Tanner es más radical, Soutter menos exigente, pero ambos hacen una pareja invencible, como Federer y Wawrinka. Los films están disponibles, y observarlos resulta trascendente. 
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